12 Junio 2007 0:20
Oxfam ha publicado el informe: “Adaptarse al cambio climático. Qué necesitan los países pobres y quién debería pagarlo” al cual usted puede acceder con un cliq en el enlace electrónico anterior. El informe de 49 páginas está en un archivo pdf de 481 Kb. y sostiene que el cambio climático está obligando a las comunidades de los países pobres a adaptarse a un impacto sin precedentes.
Oxfam propone que los países ricos, máximos responsables del problema, deben dejar de hacer daño reduciendo las emisiones de gases de efecto invernadero y empezar a ayudar proporcionando fondos para la adaptación al cambio.
Oxfam ha publicado el informe: “Adaptarse al cambio climático. Qué necesitan los países pobres y quién debería pagarlo” al cual usted puede acceder con un cliq en el enlace electrónico anterior. El informe de 49 páginas está en un archivo pdf de 481 Kb. y sostiene que el cambio climático está obligando a las comunidades de los países pobres a adaptarse a un impacto sin precedentes.
Oxfam propone que los países ricos, máximos responsables del problema, deben dejar de hacer daño reduciendo las emisiones de gases de efecto invernadero y empezar a ayudar proporcionando fondos para la adaptación al cambio.
En los países en desarrollo, Oxfam calcula que dicha adaptación representará como mínimo un coste de 50.000 millones de dólares anuales, esta cifra puede aumentar de forma significativa si las emisiones globales no se reducen rápidamente.
Según el nuevo Índice de Financiación para la Adaptación de Oxfam, el 95% de estos fondos deberán aportarlos EEUU, la Unión Europea, Japón, Canadá y Australia, sin desviarlos del compromiso del 0.7% de ayuda al desarrollo acordado por Naciones Unidas.
Los países ricos están planificando la adopción de medidas de adaptación multimillonarias para sus propias necesidades y, hasta la fecha, sólo han destinado 48 millones de dólares a fondos internacionales para la adaptación de los países menos avanzados, unas ayudas que además han sido desviadas del porcentaje asignado a la ayuda al desarrollo: esto revela, evidentemente, un desequilibrio inaceptable en la respuesta global ante el cambio climático.
Resumen ejecutivo
“Cuando se retrasa la temporada de lluvias, perdemos nuestros cultivos y las personas sufren. Los niños se alimentan a base de hojas. En una situación así, sólo Dios puede ayudarnos.”
Kasko Ajikara, padre y agricultor, pueblo de Gadabedji, Níger.
“Básicamente tenemos tres opciones entre las que elegir: la mitigación, la adaptación o el sufrimiento. Vamos a tener que aplicarlas todas. La clave consiste en determinar cuál será la combinación de estos tres factores. Cuanto mayor sea la mitigación, menores serán los requisitos de adaptación y, por consiguiente, menor será el sufrimiento.”’
John Holdren, Presidente de la Asociación Americana para el Progreso de la Ciencia (1)
Existe una profunda injusticia en los impactos del cambio climático. Los países ricos han sido quienes han causado el problema tras décadas de emisiones excesivas de gases de efecto invernadero (algo que, de paso, les ha permitido enriquecerse más). Los países pobres, por su parte, han sido los más afectados, debiendo hacer frente a un número cada vez mayor de inundaciones, sequías, hambrunas y enfermedades.
Los impactos ya se están resintiendo en las comunidades más vulnerables, donde las personas están comenzando a adaptar sus vidas a esta nueva realidad. En Sudáfrica, los agricultores se están viendo obligados a vender su ganado y plantar cultivos de maduración más rápida debido a que las lluvias son cada vez menos frecuentes y más erráticas. En Bangladesh, los campesinos están creando huertas flotantes para proteger sus cultivos de las inundaciones. En Vietnam, las comunidades están plantando manglares a lo largo de la costa para frenar las olas provocadas por las tormentas tropicales.
El cambio climático representa un desafío para los actuales modelos de crecimiento económico: todos los países tendrán que encontrar vías hacia un futuro de bajo carbono para poder mantener las temperaturas mundiales a menos de dos grados centígrados por encima de los niveles preindustriales. No obstante, dado el papel histórico que han desempeñado los países ricos como desencadenantes del problema, dichos países tienen hoy dos deberes claros que cumplir: por una parte, dejar de dañar el planeta mediante un recorte masivo de sus emisiones de gases de efecto invernadero y, por otra, comenzar a ayudar mediante la asignación de fondos compensatorios que ayuden a los países pobres a adaptarse al cambio climático antes de que tengan que sufrir el impacto del cambio en toda su intensidad.
Combatir el cambio climático requiere un nivel de cooperación mundial sin precedentes. La cumbre del G8 que se celebrará en Alemania en junio de 2007 representa una oportunidad excelente para que los países ricos ratifiquen su compromiso con la cooperación internacional. La labor de los líderes del G8 en Heiligendamm está muy clara: deberán fijar el objetivo mundial que permita mantener el calentamiento global por debajo de los dos grados centígrados y comprometerse a reducir las emisiones en sus respectivos países de aquí al año 2015.
Los países ricos también deberán comprometerse a impulsar la cooperación mundial necesaria para combatir el cambio climático asumiendo su deber de financiar la adaptación al cambio de los países en desarrollo, pero sin desviar los fondos de sus compromisos de ayuda al desarrollo. La reunión del Fondo Medioambiental Global que se celebrará más avanzado el mes de junio en Washington DC para establecer las aportaciones al fondo internacional creado para la adaptación se perfila como la oportunidad ideal para empezar a proporcionar las ayudas en una escala adecuada.
¿Qué hace falta para que los países en desarrollo puedan adaptarse al cambio climático? Cambios a múltiples niveles. Las comunidades han de protegerse adoptando las tecnologías necesarias y diversificando sus medios de vida para poder hacer frente al impacto del cambio climático, un fenómeno que se escapa a lo que habíamos vivido hasta la fecha. Los ministerios han de planificar sus presupuestos teniendo en cuenta la incertidumbre climática de la que estamos siendo testigos. Es necesario garantizar que las infraestructuras nacionales, ya sean antiguas o nuevas, como los hospitales, los embalses y las carreteras, puedan resistir al impacto del cambio.
El presente informe trata de arrojar luz sobre las dimensiones del desafío económico al que nos enfrentamos. Oxfam calcula que los costes de la adaptación al cambio climático de los países en desarrollo superarán con creces las previsiones, ampliamente citadas, del Banco Mundial, que oscilan entre 10.000 y 40.000 millones de dólares anuales. De acuerdo con los nuevos métodos de proyección de costes, Oxfam calcula que los costes ascenderán a 50.000 millones de dólares anuales como mínimo, una cantidad que puede aumentar de forma significativa si no se reducen rápidamente las emisiones de gases de efecto invernadero.
¿Quién debería asumir esta financiación? Según un enfoque basado en la equidad y la justicia, los países tanto responsables de producir un nivel excesivo de emisiones como capaces de proporcionar asistencia son quienes deberían asumir los costes. El nuevo Índice de Financiación para la Adaptación de Oxfam ofrece una indicación general acerca de lo que hace falta para lograr una adaptación justa: EE UU es responsable de asumir aproximadamente el 40% de los recursos que se necesitan cada año, la Unión Europea del 30% y Japón del 10%. En la Unión Europea, los cinco donantes principales deberían ser Alemania, el Reino Unido, Italia, Francia y España.
La adaptación requiere miles y miles de millones de dólares anuales. Con todo, a fecha de hoy los países ricos han prometido destinar tan sólo 182 millones de dólares a fondos internacionales para la adaptación de los países en desarrollo; en otras palabras, menos del 0,5% de la cantidad mínima total que Oxfam considera necesaria.
Financiar únicamente las prioridades de adaptación más urgentes e inmediatas de los países menos avanzados (PMA) representará probablemente un coste de entre 1.000 y 2.000 millones de dólares. Ahora bien, la actitud de los donantes no denota ninguna urgencia; hasta la fecha sólo han donado 48 millones de dólares al fondo internacional creado para los PMA, es decir, menos del 5% de lo que se estima necesario -lo suficiente, en otras palabras, para cubrir los costes de adaptación de Haití, Samoa y Kiribati, pero nada más.
Esta cantidad no sólo representa un porcentaje muy reducido de los fondos que se necesitan, sino que se desvía, prácticamente en su totalidad, del compromiso contraído hace ya tiempo que consiste en destinar el 0,7 por ciento de la riqueza nacional a la ayuda al desarrollo. Sólo el Reino Unido se ha comprometido de forma explícita a proporcionar ayudas relativas al clima al margen del compromiso del 0,7% ya existente. El desarrollo y la reducción de la pobreza son dos ámbitos seriamente infrafinanciados, y es fundamental que los países donantes aumenten sus ayudas al 0,7%, tal y como prometieron en 1970. Las ayudas destinadas a la adaptación han de proporcionarse al margen de este porcentaje y, por consiguiente, no deberán ser incluidas bajo la definición de ayuda al desarrollo.
Mientras tanto, los países ricos están invirtiendo en su propia adaptación al cambio climático; sus presupuestos para los distintos proyectos que se están implementando a nivel interno superan su contribución total al fondo de adaptación internacional. El Reino Unido –el principal donante al fondo internacional a día de hoy con 38 millones de dólares- está invirtiendo 178 millones de libras (347 millones de dólares) en sistemas de refrigeración para el metro de Londres, en parte a modo de preparación para el cambio climático. Los Países Bajos, que aportan 18 millones de dólares al fondo internacional, están desembolsando 2.200 millones de euros (2.900 millones de dólares) en la construcción de nuevos diques para protegerse de las inundaciones, en un esfuerzo por anticiparse a los efectos del cambio climático.
Los países ricos deben aprovechar la oportunidad que representa la cumbre del G8 que se celebrará en junio de 2007. Ha llegado el momento de que pongan fin a sus prácticas perjudiciales y adopten de forma inmediata medidas destinadas a hacer que el calentamiento global se mantenga lo más alejado posible de los dos grados centígrados. Asimismo, deberán proporcionar un nivel adecuado de ayudas a la adaptación, de conformidad con su responsabilidad como contaminantes y su capacidad de asistencia. La adaptación, por sí sola, no es una respuesta al cambio climático: para cambiar la situación de las comunidades pobres es necesario que se recorten rapidamente las emisiones. ¿Qué hace falta, por tanto, para que exista justicia en la adaptación al cambio climático?
Los países ricos deben reducir de forma drástica la contaminación que generan mediante la emisión de gases de efecto invernadero para evitar que el calentamiento global se mantenga menos de dos grados centígrados (3,6 grados Fahrenheit) por encima de los niveles preindustriales. Esto es fundamental para evitar que el cambio climático se convierta en un fenómeno peligroso y para preservar la capacidad de los pobres para evitar los impactos más adversos del cambio mediante la adaptacíon. Los países ricos y pobres deberán empezar a trabajar codo con codo para garantizar un desarrollo humano en el futuro que apueste por las soluciones de bajo carbono.
Los países que ocupan las posiciones más altas del Índice de Financiación para la Adaptación de Oxfam –EE UU, la Unión Europea, Japón, Canadá y Australia- deberán empezar de forma inmediata a proporcionar mayores ayudas a los países en desarrollo. De acuerdo con su responsabilidad como agentes del cambio climático y su capacidad para ayudar, dichos países deberán comenzar a planificar activamente un incremento de la cantidad de fondos asignados; se estima que los costes alcanzarán como mínimo la cifra de 50.000 millones de dólares anuales.
Los fondos adicionales destinados a la adaptación no deberán desviarse de los compromisos de ayuda ya existentes. El desarrollo es fundamental para permitir que los pobres se adapten de forma exitosa, pero sigue siendo un ámbito seriamente infrafinanciado: los donantes deben cumplir con el compromiso de destinar el 0,7% del producto interior bruto (PIB) a la erradicación de la pobreza. Las ayudas a la adaptación no pueden desviarse de la ayuda al desarrollo. Además, se debe dar cuenta de ellas de forma sistemática y transparente. Tal y como establece el principio de que “el que contamina, paga”, estas ayudas no deberán interpretarse como una ayuda prestada por los países ricos a favor de los pobres, sino como unas ayudas compensatorias proporcionadas por los países con niveles elevados de emisiones a los países más vulnerables a sus impactos. Hay multitud de mecanismos innovadores de recaudación de fondos que son independientes de la ayuda al desarrollo y que merecen especial atención.
Se requieren urgentemente estimaciones más rigurosas y consistentes del coste de la adaptación. Hace falta una iniciativa semejante al Informe Stern del gobierno británico sobre la economía del cambio climático, pero que haga mayor hincapié en analizar la relación entre desarrollo y adaptación, proporcionando ejemplos de las mejores prácticas en el diseño de proyectos y en finanzas y elaborando cálculos más rigurosos de los costes y beneficios de la adaptación. Esto daría a los países en desarrollo una base más sólida para integrar la adaptación en sus planes y presupuestos de desarrollo y ofrecería a los países altamente contaminantes de renta alta una estimación más clara de las ayudas que son capaces –y responsables- de proporcionar.
Asimismo, se requiere una fase de adaptación mucho más intensiva para promover el proceso de aprendizaje a través de la experiencia (“aprender haciendo”). La comunidad internacional todavía tiene que afanarse en definir y aclarar cuáles son las mejores formas de gestionar y desembolsar ayudas a la adaptación, así como determinar cuál es la mejor manera de proteger a los países en desarrollo del cambio climático.
Ahora bien, las comunidades vulnerables no pueden esperar a que se resuelvan todas y cada una de las cuestiones para empezar a recibir la asistencia que tanto necesitan. Una fase mucho más intensiva de aprendizaje basado en la práctica -caracterizada por pruebas y ensayos, el desarrollo de la capacidad organizativa y la implantación de proyectos piloto exitosos- se traduciría en un proceso muy valioso de aprendizaje a través de la experiencia.
Convendría comenzar con una fase inicial de tres a cinco años, durante la cual los fondos internacionales para la adaptación deberían ponerse a la disposición de distintos actores, incluidas las ONG, dado que son a menudo quienes tienen mayor capacidad para acceder y asistir a las comunidades más vulnerables.
La experiencia y los conocimientos adquiridos en esta fase deberán ser documentados y compartidos de forma sistemática para promover el aprendizaje. De esta forma, lo aprendido a través de la práctica contribuiría positivamente a los debates, aún abiertos, relativos a los criterios de elegibilidad y buena gestión de los fondos, al tiempo que permitiría determinar cuáles son las mejores prácticas para adaptarse al cambio climático.
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No olvide que usted puede acceder al documento completo con un cliq en el siguiente enlace:
Adaptarse al cambio climático. Qué necesitan los países pobres y quién debería pagarlo
Fuente: Agradecemos el envío de la información a Liana Cisneros, Oficial de Campañas e Incidencia para América del Sur - Oxfam Gran Bretaña
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