http://www.oei.es/marchesi_02.htm
Columna del Secretario General - Álvaro Marchesi
Ciudadanía, Multiculturalidad y Cohesión Social (1)
La noción de ciudadanía, con profundas raíces históricas, se está abriendo camino para articular en torno a ella la educación moral. Ciudadano, como escribe Adela Cortina, es el ser humano autónomo, que hace la vida en común junto a sus iguales, que no es siervo ni súbdito y que es consciente de que construye su autonomía en solidaridad con los otros. Ciudadanía supone libertad, igualdad, pertenencia, dignidad, respeto y diálogo.
Desde esta perspectiva, la educación para la ciudadanía se ha convertido en uno de los ejes principales para incorporar los valores en la acción educadora de las escuelas. Sin embargo, su concreción y articulación en los proyectos educativos no es sencilla. En primer lugar, porque no se trata sólo de que los alumnos conozcan sus derechos y sus deberes sino que los experimenten en la escuela y adquieran la preparación suficiente para ejercerlos después en la sociedad. En segundo lugar, porque no existe un modelo de persona ideal ya que la sociedad es plural en sus culturas y en sus valores, lo que provoca en ocasiones controversias y contradicciones.
Algunos estudios sobre la educación cívica han diferenciado tres enfoques, que no pueden ser alternativos sino que han de ser complementarios: la educación para la ciudadanía, la educación a través de la ciudadanía y la educación sobre la ciudadanía. En el primer caso, el énfasis se sitúa en la capacitación de los alumnos para que lleguen a incorporarse de forma activa y responsable a la sociedad.. Supone, por tanto, asegurar que todos los alumnos alcanzan los aprendizajes básicos para vivir en la sociedad actual, lo que incluye la adquisición de las competencias cognitivas, comunicativas, de conocimiento del mundo actual, éticas, etc. que permitan un suficiente nivel de autonomía y de progreso personal y profesional. Es el significado más amplio de ciudadanía pero también el más exigente, ya que incluye el compromiso de que todos los alumnos terminen de forma satisfactoria su educación básica.
La segunda perspectiva, educación a través de la ciudadanía, se orienta a que los alumnos aprendan los valores cívicos por medio de su ejercicio en la escuela. En consecuencia, la educación en valores y para la ciudadanía debe tener su concreción en el propio funcionamiento del centro educativo, es decir, debe impregnar y transformar el significado y la acción educativa global de las escuelas, en las que la participación, el respeto mutuo, la tolerancia y la solidaridad con los más débiles, la responsabilidad y la exigencia a los alumnos de sus deberes sean una guía que oriente la adopción de decisiones y las iniciativas de la escuela. También unas escuelas inclusivas e integradoras, abiertas a todos los alumnos, en las que la marginación y la intolerancia están desterradas, son el horizonte deseable en el que se ha de concretar la educación a través y para la ciudadanía. En este sentido, la integración de los alumnos con necesidades educativas especiales en una escuela es una opción de valor con profundas consecuencias. La convivencia de todos los niños, sea cual sea su capacidad, aporta una experiencia enriquecedora y fomenta la comprensión y la ayuda mutua. La empatía con los más débiles es uno de los impulsos de la acción solidaria que se ve reforzado en edades posteriores por convicciones morales más racionales. Finalmente, el tercer enfoque se refiere a la educación sobre la ciudadanía. La educación moral y cívica debe completarse a través de la reflexión. La formación del juicio moral de los alumnos y el desarrollo de su autonomía moral han de estar presente en las diferentes materias, pero posiblemente también debe de existir un tiempo específico de formación en una asignatura específica.Esta triple perspectiva debería de orientar la acción educadora en este campo. No es una tarea sencilla ya que debe sortear no sólo las presiones explícitas y veladas que se dirigen hacia el sistema educativo para limitar la inclusión de todos los alumnos en las mismas escuelas o para no plantear de forma crítica los valores dominantes, sino que también ha de tener en cuenta la presencia de diferentes culturas en las escuelas y las exigencias que ello comporta. La educación en una ciudadanía multicultural capaz de favorecer el cohesión social es el horizonte necesario.
Columna del Secretario General - Álvaro Marchesi
Ciudadanía, Multiculturalidad y Cohesión Social (1)
La noción de ciudadanía, con profundas raíces históricas, se está abriendo camino para articular en torno a ella la educación moral. Ciudadano, como escribe Adela Cortina, es el ser humano autónomo, que hace la vida en común junto a sus iguales, que no es siervo ni súbdito y que es consciente de que construye su autonomía en solidaridad con los otros. Ciudadanía supone libertad, igualdad, pertenencia, dignidad, respeto y diálogo.
Desde esta perspectiva, la educación para la ciudadanía se ha convertido en uno de los ejes principales para incorporar los valores en la acción educadora de las escuelas. Sin embargo, su concreción y articulación en los proyectos educativos no es sencilla. En primer lugar, porque no se trata sólo de que los alumnos conozcan sus derechos y sus deberes sino que los experimenten en la escuela y adquieran la preparación suficiente para ejercerlos después en la sociedad. En segundo lugar, porque no existe un modelo de persona ideal ya que la sociedad es plural en sus culturas y en sus valores, lo que provoca en ocasiones controversias y contradicciones.
Algunos estudios sobre la educación cívica han diferenciado tres enfoques, que no pueden ser alternativos sino que han de ser complementarios: la educación para la ciudadanía, la educación a través de la ciudadanía y la educación sobre la ciudadanía. En el primer caso, el énfasis se sitúa en la capacitación de los alumnos para que lleguen a incorporarse de forma activa y responsable a la sociedad.. Supone, por tanto, asegurar que todos los alumnos alcanzan los aprendizajes básicos para vivir en la sociedad actual, lo que incluye la adquisición de las competencias cognitivas, comunicativas, de conocimiento del mundo actual, éticas, etc. que permitan un suficiente nivel de autonomía y de progreso personal y profesional. Es el significado más amplio de ciudadanía pero también el más exigente, ya que incluye el compromiso de que todos los alumnos terminen de forma satisfactoria su educación básica.
La segunda perspectiva, educación a través de la ciudadanía, se orienta a que los alumnos aprendan los valores cívicos por medio de su ejercicio en la escuela. En consecuencia, la educación en valores y para la ciudadanía debe tener su concreción en el propio funcionamiento del centro educativo, es decir, debe impregnar y transformar el significado y la acción educativa global de las escuelas, en las que la participación, el respeto mutuo, la tolerancia y la solidaridad con los más débiles, la responsabilidad y la exigencia a los alumnos de sus deberes sean una guía que oriente la adopción de decisiones y las iniciativas de la escuela. También unas escuelas inclusivas e integradoras, abiertas a todos los alumnos, en las que la marginación y la intolerancia están desterradas, son el horizonte deseable en el que se ha de concretar la educación a través y para la ciudadanía. En este sentido, la integración de los alumnos con necesidades educativas especiales en una escuela es una opción de valor con profundas consecuencias. La convivencia de todos los niños, sea cual sea su capacidad, aporta una experiencia enriquecedora y fomenta la comprensión y la ayuda mutua. La empatía con los más débiles es uno de los impulsos de la acción solidaria que se ve reforzado en edades posteriores por convicciones morales más racionales. Finalmente, el tercer enfoque se refiere a la educación sobre la ciudadanía. La educación moral y cívica debe completarse a través de la reflexión. La formación del juicio moral de los alumnos y el desarrollo de su autonomía moral han de estar presente en las diferentes materias, pero posiblemente también debe de existir un tiempo específico de formación en una asignatura específica.Esta triple perspectiva debería de orientar la acción educadora en este campo. No es una tarea sencilla ya que debe sortear no sólo las presiones explícitas y veladas que se dirigen hacia el sistema educativo para limitar la inclusión de todos los alumnos en las mismas escuelas o para no plantear de forma crítica los valores dominantes, sino que también ha de tener en cuenta la presencia de diferentes culturas en las escuelas y las exigencias que ello comporta. La educación en una ciudadanía multicultural capaz de favorecer el cohesión social es el horizonte necesario.
La segunda perspectiva, educación a través de la ciudadanía, se orienta a que los alumnos aprendan los valores cívicos por medio de su ejercicio en la escuela. En consecuencia, la educación en valores y para la ciudadanía debe tener su concreción en el propio funcionamiento del centro educativo, es decir, debe impregnar y transformar el significado y la acción educativa global de las escuelas, en las que la participación, el respeto mutuo, la tolerancia y la solidaridad con los más débiles, la responsabilidad y la exigencia a los alumnos de sus deberes sean una guía que oriente la adopción de decisiones y las iniciativas de la escuela.
También unas escuelas inclusivas e integradoras, abiertas a todos los alumnos, en las que la marginación y la intolerancia están desterradas, son el horizonte deseable en el que se ha de concretar la educación a través y para la ciudadanía. En este sentido, la integración de los alumnos con necesidades educativas especiales en una escuela es una opción de valor con profundas consecuencias. La convivencia de todos los niños, sea cual sea su capacidad, aporta una experiencia enriquecedora y fomenta la comprensión y la ayuda mutua. La empatía con los más débiles es uno de los impulsos de la acción solidaria que se ve reforzado en edades posteriores por convicciones morales más racionales.
Finalmente, el tercer enfoque se refiere a la educación sobre la ciudadanía. La educación moral y cívica debe completarse a través de la reflexión. La formación del juicio moral de los alumnos y el desarrollo de su autonomía moral han de estar presente en las diferentes materias, pero posiblemente también debe de existir un tiempo específico de formación en una asignatura específica.
Esta triple perspectiva debería de orientar la acción educadora en este campo. No es una tarea sencilla ya que debe sortear no sólo las presiones explícitas y veladas que se dirigen hacia el sistema educativo para limitar la inclusión de todos los alumnos en las mismas escuelas o para no plantear de forma crítica los valores dominantes, sino que también ha de tener en cuenta la presencia de diferentes culturas en las escuelas y las exigencias que ello comporta. La educación en una ciudadanía multicultural capaz de favorecer el cohesión social es el horizonte necesario.
Vivimos, no cabe duda, en una sociedad multicultural. Así ha sido durante largos siglos pero es ahora, en las últimas décadas, cuando se ha tomado conciencia de esta realidad histórica, tal vez por las crecientes migraciones, o por la presencia activa de las minorías culturales habitualmente olvidadas en sus países, o quizás, ojalá sea así, porque un mayor sentido de la justicia se extiende entre los pueblos. ¿Qué hacer ante las exigencias de igualdad y de integración educativa y social que demandan las minorías culturales de cada país y los colectivos inmigrantes? Hay dos objetivos que deberían orientar la acción educativa en todos los casos: proporcionarles las mismas oportunidades de aprendizaje que al resto del alumnado y valorar su cultura y su lengua originaria. No es sencillo garantizar ambos objetivos dado el tradicional abandono de las minorías culturales y la insuficiente consideración de los alumnos inmigrantes y de sus familias en los países receptores. Garantizar una educación de calidad a todos los alumnos de un país, cualquiera que sea su origen cultural o su lengua, exige que todos ellos dispongan de condiciones similares en relación con sus escuelas, con la capacitación de sus maestros, con los programas de estudio ofrecidos, con el tiempo escolar, con los materiales curriculares, con el apoyo a las familias, con su salud y con su alimentación. Pero al mismo tiempo es preciso reconocer y valorar el papel de su cultura y de su lengua originaria, lo que se debe traducir en una sensibilidad especial para que los alumnos no pierdan su lengua ni se desvinculen de sus raíces. En el ámbito de la atención educativa a los alumnos \ninmigrantes, es preciso combinar una escolarización integradora y de calidad con la atención diferencial a sus características personales, culturales y comunicativas. Este es el gran reto al que debe enfrentarse la educación.
También unas escuelas inclusivas e integradoras, abiertas a todos los alumnos, en las que la marginación y la intolerancia están desterradas, son el horizonte deseable en el que se ha de concretar la educación a través y para la ciudadanía. En este sentido, la integración de los alumnos con necesidades educativas especiales en una escuela es una opción de valor con profundas consecuencias. La convivencia de todos los niños, sea cual sea su capacidad, aporta una experiencia enriquecedora y fomenta la comprensión y la ayuda mutua. La empatía con los más débiles es uno de los impulsos de la acción solidaria que se ve reforzado en edades posteriores por convicciones morales más racionales.
Finalmente, el tercer enfoque se refiere a la educación sobre la ciudadanía. La educación moral y cívica debe completarse a través de la reflexión. La formación del juicio moral de los alumnos y el desarrollo de su autonomía moral han de estar presente en las diferentes materias, pero posiblemente también debe de existir un tiempo específico de formación en una asignatura específica.
Esta triple perspectiva debería de orientar la acción educadora en este campo. No es una tarea sencilla ya que debe sortear no sólo las presiones explícitas y veladas que se dirigen hacia el sistema educativo para limitar la inclusión de todos los alumnos en las mismas escuelas o para no plantear de forma crítica los valores dominantes, sino que también ha de tener en cuenta la presencia de diferentes culturas en las escuelas y las exigencias que ello comporta. La educación en una ciudadanía multicultural capaz de favorecer el cohesión social es el horizonte necesario.
Vivimos, no cabe duda, en una sociedad multicultural. Así ha sido durante largos siglos pero es ahora, en las últimas décadas, cuando se ha tomado conciencia de esta realidad histórica, tal vez por las crecientes migraciones, o por la presencia activa de las minorías culturales habitualmente olvidadas en sus países, o quizás, ojalá sea así, porque un mayor sentido de la justicia se extiende entre los pueblos. ¿Qué hacer ante las exigencias de igualdad y de integración educativa y social que demandan las minorías culturales de cada país y los colectivos inmigrantes? Hay dos objetivos que deberían orientar la acción educativa en todos los casos: proporcionarles las mismas oportunidades de aprendizaje que al resto del alumnado y valorar su cultura y su lengua originaria. No es sencillo garantizar ambos objetivos dado el tradicional abandono de las minorías culturales y la insuficiente consideración de los alumnos inmigrantes y de sus familias en los países receptores. Garantizar una educación de calidad a todos los alumnos de un país, cualquiera que sea su origen cultural o su lengua, exige que todos ellos dispongan de condiciones similares en relación con sus escuelas, con la capacitación de sus maestros, con los programas de estudio ofrecidos, con el tiempo escolar, con los materiales curriculares, con el apoyo a las familias, con su salud y con su alimentación. Pero al mismo tiempo es preciso reconocer y valorar el papel de su cultura y de su lengua originaria, lo que se debe traducir en una sensibilidad especial para que los alumnos no pierdan su lengua ni se desvinculen de sus raíces. En el ámbito de la atención educativa a los alumnos \ninmigrantes, es preciso combinar una escolarización integradora y de calidad con la atención diferencial a sus características personales, culturales y comunicativas. Este es el gran reto al que debe enfrentarse la educación.
Ciudadanía, Multiculturalidad y Cohesión Social (2)
Vivimos, no cabe duda, en una sociedad multicultural. Así ha sido durante largos siglos pero es ahora, en las últimas décadas, cuando se ha tomado conciencia de esta realidad histórica, tal vez por las crecientes migraciones, o por la presencia activa de las minorías culturales habitualmente olvidadas en sus países, o quizás, ojalá sea así, porque un mayor sentido de la justicia se extiende entre los pueblos.
¿Qué hacer ante las exigencias de igualdad y de integración educativa y social que demandan las minorías culturales de cada país y los colectivos inmigrantes? Hay dos objetivos que deberían orientar la acción educativa en todos los casos: proporcionarles las mismas oportunidades de aprendizaje que al resto del alumnado y valorar su cultura y su lengua originaria.
No es sencillo garantizar ambos objetivos dado el tradicional abandono de las minorías culturales y la insuficiente consideración de los alumnos inmigrantes y de sus familias en los países receptores. Garantizar una educación de calidad a todos los alumnos de un país, cualquiera que sea su origen cultural o su lengua, exige que todos ellos dispongan de condiciones similares en relación con sus escuelas, con la capacitación de sus maestros, con los programas de estudio ofrecidos, con el tiempo escolar, con los materiales curriculares, con el apoyo a las familias, con su salud y con su alimentación. Pero al mismo tiempo es preciso reconocer y valorar el papel de su cultura y de su lengua originaria, lo que se debe traducir en una sensibilidad especial para que los alumnos no pierdan su lengua ni se desvinculen de sus raíces. En el ámbito de la atención educativa a los alumnos inmigrantes, es preciso combinar una escolarización integradora y de calidad con la atención diferencial a sus características personales, culturales y comunicativas. Este es el gran reto al que debe enfrentarse la educación.
Como señala Kymlicka (1996) con acierto al debatir sobre la ciudadanía muticultural, hemos interiorizado una narrativa cultural determinada a través principalmente de la lengua, pero a través también de las tradiciones, los ritos, los símbolos y la historia de nuestra cultura. Por ello, el mantenimiento de la cultura originaria y de la lengua materna es un derecho de los ciudadanos ya que les amplía las posibilidades de conseguir una vida satisfactoria, por lo que los poderes públicos deberían garantizar el ejercicio de ese derecho. Esta ciudadanía multicultural debe vivirse y aprenderse principalmente en el funcionamiento de la escuela, en las relaciones entre los propios alumnos y entre los alumnos y sus profesores, en el currículo escolar, en las formas de participación y de reconocimiento de todos y de cada uno de los alumnos. Pero también ha de servir de ayuda en este propósito la existencia de una materia escolar sobre la educación para la ciudadanía y los derechos humanos. En ella debe favorecerse que los alumnos se enfrenten a los dilemas éticos que surgen en las sociedades multiculturales y reflexionen sobre el significado de las normas y valores de cada cultura. Este proceso debe contribuir a que los alumnos acepten el pluralismo existente en la sociedad, pero también a que sean capaces de hacer explícitas las razones por las que cada uno de ellos defiende sus propios valores. El reconocimiento \ny el respeto del pluralismo cultural deben armonizarse con el reconocimiento de la propia identidad cultural. La educación para la ciudadanía debe de animar a los estudiantes a una actitud crítica permanente, que ha de tener como único límite el respeto de la democracia, de los derechos humanos y el necesario cumplimiento de la ley. Desde esta perspectiva, no cabe duda de que la educación para una ciudadanía multicultural supone un enorme reto para los profesores pero es una estrategia poderosa para mejorar la convivencia y el respeto mutuo en nuestras sociedades.
Como señala Kymlicka (1996) con acierto al debatir sobre la ciudadanía muticultural, hemos interiorizado una narrativa cultural determinada a través principalmente de la lengua, pero a través también de las tradiciones, los ritos, los símbolos y la historia de nuestra cultura. Por ello, el mantenimiento de la cultura originaria y de la lengua materna es un derecho de los ciudadanos ya que les amplía las posibilidades de conseguir una vida satisfactoria, por lo que los poderes públicos deberían garantizar el ejercicio de ese derecho.
Esta ciudadanía multicultural debe vivirse y aprenderse principalmente en el funcionamiento de la escuela, en las relaciones entre los propios alumnos y entre los alumnos y sus profesores, en el currículo escolar, en las formas de participación y de reconocimiento de todos y de cada uno de los alumnos. Pero también ha de servir de ayuda en este propósito la existencia de una materia escolar sobre la educación para la ciudadanía y los derechos humanos. En ella debe favorecerse que los alumnos se enfrenten a los dilemas éticos que surgen en las sociedades multiculturales y reflexionen sobre el significado de las normas y valores de cada cultura. Este proceso debe contribuir a que los alumnos acepten el pluralismo existente en la sociedad, pero también a que sean capaces de hacer explícitas las razones por las que cada uno de ellos defiende sus propios valores. El reconocimiento y el respeto del pluralismo cultural deben armonizarse con el reconocimiento de la propia identidad cultural. La educación para la ciudadanía debe de animar a los estudiantes a una actitud crítica permanente, que ha de tener como único límite el respeto de la democracia, de los derechos humanos y el necesario cumplimiento de la ley. Desde esta perspectiva, no cabe duda de que la educación para una ciudadanía multicultural supone un enorme reto para los profesores pero es una estrategia poderosa para mejorar la convivencia y el respeto mutuo en nuestras sociedades.
Esta ciudadanía multicultural debe vivirse y aprenderse principalmente en el funcionamiento de la escuela, en las relaciones entre los propios alumnos y entre los alumnos y sus profesores, en el currículo escolar, en las formas de participación y de reconocimiento de todos y de cada uno de los alumnos. Pero también ha de servir de ayuda en este propósito la existencia de una materia escolar sobre la educación para la ciudadanía y los derechos humanos. En ella debe favorecerse que los alumnos se enfrenten a los dilemas éticos que surgen en las sociedades multiculturales y reflexionen sobre el significado de las normas y valores de cada cultura. Este proceso debe contribuir a que los alumnos acepten el pluralismo existente en la sociedad, pero también a que sean capaces de hacer explícitas las razones por las que cada uno de ellos defiende sus propios valores. El reconocimiento y el respeto del pluralismo cultural deben armonizarse con el reconocimiento de la propia identidad cultural. La educación para la ciudadanía debe de animar a los estudiantes a una actitud crítica permanente, que ha de tener como único límite el respeto de la democracia, de los derechos humanos y el necesario cumplimiento de la ley. Desde esta perspectiva, no cabe duda de que la educación para una ciudadanía multicultural supone un enorme reto para los profesores pero es una estrategia poderosa para mejorar la convivencia y el respeto mutuo en nuestras sociedades.
Enviado por:
Wilbert Tapia
a interculturali.
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