El Comercio, 28-10-07
EL ABISMO DEL RACISMO. La lucha contra la discriminación racial sufrió un nuevo golpe: la feroz agresión que un español xenofóbico propinó a una inmigrante ecuatoriana en un tren, ante la mirada de un testigo mudo y del mundo entero escandalizado. La intolerancia atacó otra vez .
EL ABISMO DEL RACISMO. La lucha contra la discriminación racial sufrió un nuevo golpe: la feroz agresión que un español xenofóbico propinó a una inmigrante ecuatoriana en un tren, ante la mirada de un testigo mudo y del mundo entero escandalizado. La intolerancia atacó otra vez .
Por Ricardo León.
Un mal (re)nacido. Un día después de que Sergi Xavier Martín Martínez insultara, golpeara en la cabeza, pellizcara el seno, golpeara otra vez en la cabeza, pateara en la cara y diera un puñete en las costillas a una adolescente ecuatoriana dentro de un tren urbano en Barcelona, el blog Stop Inmigración: España para los Españoles registraba los siguientes resultados en una encuesta que por ligera y tendenciosa sirve de ejemplo para hablar al respecto, y que ante la pregunta: "¿Te considerarías racista?" (así, en condicional) arroja estas respuestas: "Sí, pero solo un poco", con 2%; "No lo soy, pero cada cual...", con 4%; "Solo con ciertas etnias", con 5%; "No soy racista y condeno esa actitud", con 19%; "Sí, soy muy racista", con 27%; y "Las circunstancias actuales me hacen serlo" con un rotundo 44%.
Ese español oligofrénico de 21 años materializó esas "circunstancias actuales" llevando su zapatilla hasta la cara de la indefensa --y hoy traumada-- adolescente, que no era una "zorra" ni tampoco una "inmigrante de mierda", como su atacante le gritó, sino simplemente la pasajera de un tren en el primer mundo, dizque.
El caso se ha vuelto paradigmático por lo recargado y obsceno: un hombre con antecedentes delictivos agrediendo a una mujer, insultándola por el lado que más duele --el origen--, aduciendo luego una borrachera culposa, la agredida desmintiéndolo valientemente, él disculpándose de mentira, un juez liberándolo sin que pague fianza, el presidente ecuatoriano, Rafael Correa, invitando al agresor a conocer su país para ver cómo son de cariñosos sus paisanos (se sigue analizando semióticamente si lo de Correa fue un gesto diplomático o una vulgar 'cachita'), psiquiatras comentando los índices patológicos del sujeto, otra ecuatoriana reconociendo al tipo en una foto y asegurando también haber sido agredida por él, el video de la golpiza difundiéndose infinitas veces en Internet y un testigo del hecho --argentino él-- explicando que no defendió a la chica porque también podía salir perdiendo, el pobrecito.
El tipo la sacó barata; deberá firmar un cuaderno ante el juez cada quince días y no podrá acercarse a la agredida a menos de mil metros, aunque la medida pudo ser más drástica. Como diría el diario 'chicha' chileno "La Cuarta", el español arriesgó "una pena de al menos dos años tomando el sol a cuadritos".
Ese español oligofrénico de 21 años materializó esas "circunstancias actuales" llevando su zapatilla hasta la cara de la indefensa --y hoy traumada-- adolescente, que no era una "zorra" ni tampoco una "inmigrante de mierda", como su atacante le gritó, sino simplemente la pasajera de un tren en el primer mundo, dizque.
El caso se ha vuelto paradigmático por lo recargado y obsceno: un hombre con antecedentes delictivos agrediendo a una mujer, insultándola por el lado que más duele --el origen--, aduciendo luego una borrachera culposa, la agredida desmintiéndolo valientemente, él disculpándose de mentira, un juez liberándolo sin que pague fianza, el presidente ecuatoriano, Rafael Correa, invitando al agresor a conocer su país para ver cómo son de cariñosos sus paisanos (se sigue analizando semióticamente si lo de Correa fue un gesto diplomático o una vulgar 'cachita'), psiquiatras comentando los índices patológicos del sujeto, otra ecuatoriana reconociendo al tipo en una foto y asegurando también haber sido agredida por él, el video de la golpiza difundiéndose infinitas veces en Internet y un testigo del hecho --argentino él-- explicando que no defendió a la chica porque también podía salir perdiendo, el pobrecito.
El tipo la sacó barata; deberá firmar un cuaderno ante el juez cada quince días y no podrá acercarse a la agredida a menos de mil metros, aunque la medida pudo ser más drástica. Como diría el diario 'chicha' chileno "La Cuarta", el español arriesgó "una pena de al menos dos años tomando el sol a cuadritos".
Las matrices de los matices.
Hasta la discriminación evoluciona. Según un reciente estudio llamado Observatorio Español del Racismo y la Xenofobia, la sociedad española rechaza las manifestaciones abiertas de racismo, pero reconoce la existencia de una discriminación silenciosa, camuflada. Por ejemplo, el 62% de los encuestados no cree que los inmigrantes extranjeros le quiten puestos de trabajo a los españoles, pero un 59% (casi la misma cantidad) sí cree que por culpa de ellos los sueldos son cada vez más bajos.
Es, como lo llama Mónica Carrillo, directora de Lundú (Centro de Estudios y Promoción Afroperuano), una suerte de 'neorracismo', que es amplio en tanto que oculto y es hipócrita en tanto que ambiguo. "No es el racismo cotidiano de los insultos en la calle, ni el racismo estructural que impide el acceso a ciertas condiciones de vida, sino un racismo sutil que se esconde en la intolerancia".
Es tan sutil que a veces da risa: es la actitud del ama de casa que dice que adora a su empleada chola o negra (cuando lo que hay es una relación de poder y subordinación).
Es tan sutil que a veces da pena: es la farsa de quien va a Chincha el 31 de octubre a celebrar el Día de la Canción Criolla esperando ver negritos bailando en la plaza de armas, un par de fotos con ellos y chau, qué lindos son los negros, qué lindo es mi Perú.
Pero eso ofende, tanto como ir a comer a la calle de las pizzas, en Miraflores, y ser objeto de burlas y agresiones de corte racial por parte de un grupo de comensales en uno de los episodios más recientes que ha sufrido la propia Mónica. "A veces soporto cinco ofensas de ese tipo al día, solo porque soy negra", comenta aferrándose a su propio orgullo. Por supuesto, se quejó ante el dueño del restaurante y él --un tonto inútil de aquellos-- le dijo que mejor se fuera ella porque no había consumido nada aún y para no hacer problemas. Y luego fue a quejarse ante los efectivos del serenazgo y ellos lo minimizaron todo: señorita, qué podemos hacer, pues, vaya a otro lado a comer su pizza.
Es, como lo llama Mónica Carrillo, directora de Lundú (Centro de Estudios y Promoción Afroperuano), una suerte de 'neorracismo', que es amplio en tanto que oculto y es hipócrita en tanto que ambiguo. "No es el racismo cotidiano de los insultos en la calle, ni el racismo estructural que impide el acceso a ciertas condiciones de vida, sino un racismo sutil que se esconde en la intolerancia".
Es tan sutil que a veces da risa: es la actitud del ama de casa que dice que adora a su empleada chola o negra (cuando lo que hay es una relación de poder y subordinación).
Es tan sutil que a veces da pena: es la farsa de quien va a Chincha el 31 de octubre a celebrar el Día de la Canción Criolla esperando ver negritos bailando en la plaza de armas, un par de fotos con ellos y chau, qué lindos son los negros, qué lindo es mi Perú.
Pero eso ofende, tanto como ir a comer a la calle de las pizzas, en Miraflores, y ser objeto de burlas y agresiones de corte racial por parte de un grupo de comensales en uno de los episodios más recientes que ha sufrido la propia Mónica. "A veces soporto cinco ofensas de ese tipo al día, solo porque soy negra", comenta aferrándose a su propio orgullo. Por supuesto, se quejó ante el dueño del restaurante y él --un tonto inútil de aquellos-- le dijo que mejor se fuera ella porque no había consumido nada aún y para no hacer problemas. Y luego fue a quejarse ante los efectivos del serenazgo y ellos lo minimizaron todo: señorita, qué podemos hacer, pues, vaya a otro lado a comer su pizza.
El seno de la xenofobia.
La frase dio tantas vueltas al mundo como la patada del español zafado: "Las políticas en África fracasan porque están basadas en la creencia errónea de que nuestra inteligencia es igual. Existe un deseo de igualdad, pero quienes tienen empleados negros saben que no es así", declaró al "Sunday Times" el científico estadounidense James Watson, Nobel de Medicina en 1962. Luego intentó limpiarse asegurando que no entendieron lo que quiso decir, pero ya varios colegas suyos lo reconocen por sus olímpicas metidas de pata. En los 90 comentó muy alegremente que las mujeres deberían tener acceso al aborto terapéutico si supieran antes del parto que su hijo nacería homosexual.
La reacción fue ejemplar y el laboratorio Cold Spring Harbor, donde Watson trabajó durante años, decidió suspenderlo; además fueron canceladas varias conferencias en Inglaterra en las que el desatinado científico iba a presentar su más reciente libro.
El racismo es un asunto picante y cuando las muestras son así de claras y tan difundidas, la susceptibilidad aparece como un feliz síntoma de cambio. Pocos días después de que se difundiera la agresión a la joven ecuatoriana, un grupo de ciudadanos que viajaba en otro tren barcelonés se amotinó porque el supervisor le solicitó el boleto a un solo pasajero, un médico negro cubano. Las rechiflas sonaron en todo el mundo.
Pero también el bando discriminador reaccionó: amigos de Sergi Xavier calificaron la golpiza como "una chiquillada". Uno de ellos, al borde del patetismo más agudo, dijo: "Está mal lo que hizo, pero no es para tanto. Si quisiera pegarle una paliza, se la pegaba. Para mí que la patada ni le llegó a dar".
En estos días la famosa galería de arte Tate Modern, en Londres, presenta la instalación de la artista colombiana Doris Salcedo: en el piso de una de las salas de la galería se puede ver una grieta profunda de 167 metros de largo, como la que deja un terremoto; el piso está partido en dos. Son, como explicó la artista en una reciente entrevista, dos mundos que nunca se tocan, diferenciados por culpa de la discriminación y el racismo. "Yo creo que el racismo no es un síntoma del malestar que sufre la sociedad del primer mundo, sino que es la enfermedad misma".
Grietas de ese tamaño se pueden abrir con una sola patada.
La reacción fue ejemplar y el laboratorio Cold Spring Harbor, donde Watson trabajó durante años, decidió suspenderlo; además fueron canceladas varias conferencias en Inglaterra en las que el desatinado científico iba a presentar su más reciente libro.
El racismo es un asunto picante y cuando las muestras son así de claras y tan difundidas, la susceptibilidad aparece como un feliz síntoma de cambio. Pocos días después de que se difundiera la agresión a la joven ecuatoriana, un grupo de ciudadanos que viajaba en otro tren barcelonés se amotinó porque el supervisor le solicitó el boleto a un solo pasajero, un médico negro cubano. Las rechiflas sonaron en todo el mundo.
Pero también el bando discriminador reaccionó: amigos de Sergi Xavier calificaron la golpiza como "una chiquillada". Uno de ellos, al borde del patetismo más agudo, dijo: "Está mal lo que hizo, pero no es para tanto. Si quisiera pegarle una paliza, se la pegaba. Para mí que la patada ni le llegó a dar".
En estos días la famosa galería de arte Tate Modern, en Londres, presenta la instalación de la artista colombiana Doris Salcedo: en el piso de una de las salas de la galería se puede ver una grieta profunda de 167 metros de largo, como la que deja un terremoto; el piso está partido en dos. Son, como explicó la artista en una reciente entrevista, dos mundos que nunca se tocan, diferenciados por culpa de la discriminación y el racismo. "Yo creo que el racismo no es un síntoma del malestar que sufre la sociedad del primer mundo, sino que es la enfermedad misma".
Grietas de ese tamaño se pueden abrir con una sola patada.
Enviado por Wilbert Tapia: filoswil@hotmail.com
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