El sol inmisericorde y cegador del desierto sonorense les hace los mandados. Será porque acostumbrados como están a los climas inhóspitos a los que la "civilización" los ha empujado, no les resultan ajenas estas brasas en la piel. Un desfile de sonrisas francas da cuenta del regocijo que este encuentro les produce, como el de una familia reunida después de muchos años, porque en eso están de acuerdo, son hermanos, se reconocen hijos de la gran Madre Tierra.
También están de acuerdo en que esa madre está siendo destruida por el capitalismo voraz. Y esa es la razón por la que llegaron hasta acá procedentes de muchos rincones del continente. Si se les pregunta, el horizonte que los sedujo es la oportunidad de una gran alianza para defenderla. El Encuentro de Pueblos Indígenas de América da inicio en territorio yaqui con la presencia de más de 570 delegados de 67 naciones y pueblos de 12 países.
Para dar por inaugurada la reunión están en el estrado el gobernador tradicional del pueblo anfitrión, representantes del Congreso Nacional Indígena (cni) y el vocero del ezln, subcomandante Marcos. Los comandantes zapatistas no están presentes pues habiendo emprendido el viaje fueron advertidos de un evidente acoso militar, por lo que volvieron a Chiapas desde Guadalajara, a pesar de lo cual, expresan en un mensaje, no se logró impedir "que se difundan nuestras palabras en todo el mundo".
El ezln esta vez no contará su historia, pues "sabemos" --dice el representante zapatista-- "que nuestros dolores serán nombrados en los dolores de otros hermanos y hermanas indígenas como serán nombrados también nuestros sueños y esperanzas y las luchas que a hacerlas realidad llevan". Y concluye: "que nuestro silencio sea saludo, homenaje, respeto y gratitud a quienes desde Canadá hasta Chile nos recuerdan que no nos vencieron, que la batalla continúa y que la victoria será vida en otro mundo, otro uno donde quepan todos los mundos que somos y seremos".
Juan Chávez, representante purhépecha, a nombre del cni también da la bienvenida a quienes se han reunido aquí para "construir un proyecto de vida contra el proyecto de muerte neoliberal". Bajo un techo de red que a un tiempo levantaron la noche anterior manos de muchas naciones, los casi tres mil asistentes se aprestan a hacer lo que mejor saben hacer entre ellos: escuchar.
Así comienza a sucederse en diferentes lenguas la misma palabra. Pues como si se tratase de una sola nación (una gran "nación roja" como la nombran los pueblos de Norteamérica) comparten una historia de dolor, resistencia y esperanza. Una lucha por la autonomía y el derecho a vivir, por el agua, los bosques, la tierra. Una historia que comenzó hace más de quinientos años.
Algunos se remiten a ese tiempo, cuando sucedieron los acuerdos a la guerra de conquista, y "ellos podían hacer su camino sin imponerse sobre nuestra soberanía, cultura y formas de gobierno". Pero la ambición de los colonizadores fue más allá y no les ha concedido tregua desde entonces.
De eso dan testimonio los mohawk, quienes hace dos años emprendieron de nuevo la defensa de sus tierras, ambicionadas por el estado de Nueva York, enfrentándose a la represión y la cárcel; las tribus hopi y navajo en conflicto por las fronteras trazadas por el gobierno canadiense en base a intereses de las trasnacionales; los dené que no han olvidado el horror de las escuelas residenciales que operaron hasta 1984, secuestrando a los niños para confinarlos a las paredes tras las cuales religiosos católicos los "civilizaban", los obligaban a olvidarse de su lengua y tradiciones y abusaban de ellos sexualmente; los achinawi (de la sierra norte de California), reducidos a 10 por ciento de su población gracias a la "fiebre del oro" en la que "contaminaron con mercurio nuestras aguas, arrasaron nuestra tierra, violaron a nuestras mujeres, asesinaron a nuestros hombres y niños y nos desplazaron al sur de San Francisco", y ahora invadidos por plantas de energía eléctrica, con seis casos en la corte por defender sus sitios sagrados en un país que "va por el mundo defendiendo los derechos humanos y viola nuestros derechos en nuestras propias tierras y la ley de la naturaleza"; los kiché y keqchí de Guatemala, desalojados de sus tierras con lujo de violencia para abrir el camino a las mineras canadienses; los lenka de Honduras (donde las minas se asientan en el 36 por ciento del territorio nacional), cuyos niños llevan ya cianuro en las venas. Cambian los nombres de la trasnacional y del funcionario que representa sus intereses, pero las historias se repiten como lo que son, un patrón de destrucción.
Ni qué decir de los pueblos de México, a quienes para hablar sobre "la guerra de conquista, despojo y explotación hacia nuestros pueblos" les sobraron los ejemplos.
De igual modo, sobran las historias de resistencia, organización, defensa del territorio, la cultura y los espacios. Desde las peleas en la corte hasta la autodefensa armada, pasando por bloqueos carreteros, protestas, marchas. No se confunden cuando se les acusa de quebrantar la ley, una ley extranjera, impuesta, hecha a modo para la explotación en beneficio de unos cuántos. Muchos se consideran "sobrevivientes de la ocupación de nuestra tierra". Los invasores son otros.
Como uno de los oradores reconoce, "hemos peleado batallas individuales, el enemigo nunca ha peleado contra todas las naciones indígenas juntas, la verdadera guerra vendrá cuando se unan todas". Y a esa unidad apunta este encuentro, quizá por eso las agresiones la víspera del mismo también abundaron. Entre ellos, abusos de autoridad y hostigamiento retén tras retén; agresiones físicas como las que mandaron al hospital a uno de los asistentes a la reunión preparatoria en Oaxaca, a quien además le robaron el coche; el despojo de 17 cajas de víveres en Sinaloa a los asistentes que viajaban desde Colima y Michoacán y hasta un operativo "antinarcóticos" que "visitó" a las familias del pueblo anfitrión una noche antes del encuentro.
Los vigilantes del poder estaban inquietos. Y con razón. Puede ser ésta la gran alianza que dé al agonizante capitalismo un tiro de gracia. Kiko, joven dominicano que se reivindica tahíno a pesar "del gran mito de nuestra extinción" sentencia: "cualquier sistema que da al hombre el dominio sobre la tierra está condenado a la destrucción".
Cuando el encuentro concluye, los asistentes han reconocido en cada historia la suya propia. Han compartido tamales, tacos, quesadillas, champurrado. Se han intercambiado saludos, direcciones, teléfonos y correos electrónicos. Han manifestado su determinación por lograr "la reconstitución integral de nuestros pueblos", su rechazo a "la privatización del agua, la tierra, los bosques, los mares y las costas", así como a la represión mediante la cual intentan llevarla a cabo. Refrendaron un compromiso asumido hace siglos: "Defenderemos con nuestra vida a la Madre Tierra".
Lo dicen estos pueblos que se rehúsan a morir, a "adaptarse" y dejar de ser lo que son, ver sus sitios sagrados convertidos en campos de golf, montañas de sky, minas o zonas residenciales. Estos pueblos que, a decir de un kichwa de Ecuador, proclamarán "con un solo corazón, un solo puño, una sola voz: ¡Aquí estamos los indios, carajo!"
FOTO: VICTOR CAMACHO
También están de acuerdo en que esa madre está siendo destruida por el capitalismo voraz. Y esa es la razón por la que llegaron hasta acá procedentes de muchos rincones del continente. Si se les pregunta, el horizonte que los sedujo es la oportunidad de una gran alianza para defenderla. El Encuentro de Pueblos Indígenas de América da inicio en territorio yaqui con la presencia de más de 570 delegados de 67 naciones y pueblos de 12 países.
Para dar por inaugurada la reunión están en el estrado el gobernador tradicional del pueblo anfitrión, representantes del Congreso Nacional Indígena (cni) y el vocero del ezln, subcomandante Marcos. Los comandantes zapatistas no están presentes pues habiendo emprendido el viaje fueron advertidos de un evidente acoso militar, por lo que volvieron a Chiapas desde Guadalajara, a pesar de lo cual, expresan en un mensaje, no se logró impedir "que se difundan nuestras palabras en todo el mundo".
El ezln esta vez no contará su historia, pues "sabemos" --dice el representante zapatista-- "que nuestros dolores serán nombrados en los dolores de otros hermanos y hermanas indígenas como serán nombrados también nuestros sueños y esperanzas y las luchas que a hacerlas realidad llevan". Y concluye: "que nuestro silencio sea saludo, homenaje, respeto y gratitud a quienes desde Canadá hasta Chile nos recuerdan que no nos vencieron, que la batalla continúa y que la victoria será vida en otro mundo, otro uno donde quepan todos los mundos que somos y seremos".
Juan Chávez, representante purhépecha, a nombre del cni también da la bienvenida a quienes se han reunido aquí para "construir un proyecto de vida contra el proyecto de muerte neoliberal". Bajo un techo de red que a un tiempo levantaron la noche anterior manos de muchas naciones, los casi tres mil asistentes se aprestan a hacer lo que mejor saben hacer entre ellos: escuchar.
Así comienza a sucederse en diferentes lenguas la misma palabra. Pues como si se tratase de una sola nación (una gran "nación roja" como la nombran los pueblos de Norteamérica) comparten una historia de dolor, resistencia y esperanza. Una lucha por la autonomía y el derecho a vivir, por el agua, los bosques, la tierra. Una historia que comenzó hace más de quinientos años.
Algunos se remiten a ese tiempo, cuando sucedieron los acuerdos a la guerra de conquista, y "ellos podían hacer su camino sin imponerse sobre nuestra soberanía, cultura y formas de gobierno". Pero la ambición de los colonizadores fue más allá y no les ha concedido tregua desde entonces.
De eso dan testimonio los mohawk, quienes hace dos años emprendieron de nuevo la defensa de sus tierras, ambicionadas por el estado de Nueva York, enfrentándose a la represión y la cárcel; las tribus hopi y navajo en conflicto por las fronteras trazadas por el gobierno canadiense en base a intereses de las trasnacionales; los dené que no han olvidado el horror de las escuelas residenciales que operaron hasta 1984, secuestrando a los niños para confinarlos a las paredes tras las cuales religiosos católicos los "civilizaban", los obligaban a olvidarse de su lengua y tradiciones y abusaban de ellos sexualmente; los achinawi (de la sierra norte de California), reducidos a 10 por ciento de su población gracias a la "fiebre del oro" en la que "contaminaron con mercurio nuestras aguas, arrasaron nuestra tierra, violaron a nuestras mujeres, asesinaron a nuestros hombres y niños y nos desplazaron al sur de San Francisco", y ahora invadidos por plantas de energía eléctrica, con seis casos en la corte por defender sus sitios sagrados en un país que "va por el mundo defendiendo los derechos humanos y viola nuestros derechos en nuestras propias tierras y la ley de la naturaleza"; los kiché y keqchí de Guatemala, desalojados de sus tierras con lujo de violencia para abrir el camino a las mineras canadienses; los lenka de Honduras (donde las minas se asientan en el 36 por ciento del territorio nacional), cuyos niños llevan ya cianuro en las venas. Cambian los nombres de la trasnacional y del funcionario que representa sus intereses, pero las historias se repiten como lo que son, un patrón de destrucción.
Ni qué decir de los pueblos de México, a quienes para hablar sobre "la guerra de conquista, despojo y explotación hacia nuestros pueblos" les sobraron los ejemplos.
De igual modo, sobran las historias de resistencia, organización, defensa del territorio, la cultura y los espacios. Desde las peleas en la corte hasta la autodefensa armada, pasando por bloqueos carreteros, protestas, marchas. No se confunden cuando se les acusa de quebrantar la ley, una ley extranjera, impuesta, hecha a modo para la explotación en beneficio de unos cuántos. Muchos se consideran "sobrevivientes de la ocupación de nuestra tierra". Los invasores son otros.
Como uno de los oradores reconoce, "hemos peleado batallas individuales, el enemigo nunca ha peleado contra todas las naciones indígenas juntas, la verdadera guerra vendrá cuando se unan todas". Y a esa unidad apunta este encuentro, quizá por eso las agresiones la víspera del mismo también abundaron. Entre ellos, abusos de autoridad y hostigamiento retén tras retén; agresiones físicas como las que mandaron al hospital a uno de los asistentes a la reunión preparatoria en Oaxaca, a quien además le robaron el coche; el despojo de 17 cajas de víveres en Sinaloa a los asistentes que viajaban desde Colima y Michoacán y hasta un operativo "antinarcóticos" que "visitó" a las familias del pueblo anfitrión una noche antes del encuentro.
Los vigilantes del poder estaban inquietos. Y con razón. Puede ser ésta la gran alianza que dé al agonizante capitalismo un tiro de gracia. Kiko, joven dominicano que se reivindica tahíno a pesar "del gran mito de nuestra extinción" sentencia: "cualquier sistema que da al hombre el dominio sobre la tierra está condenado a la destrucción".
Cuando el encuentro concluye, los asistentes han reconocido en cada historia la suya propia. Han compartido tamales, tacos, quesadillas, champurrado. Se han intercambiado saludos, direcciones, teléfonos y correos electrónicos. Han manifestado su determinación por lograr "la reconstitución integral de nuestros pueblos", su rechazo a "la privatización del agua, la tierra, los bosques, los mares y las costas", así como a la represión mediante la cual intentan llevarla a cabo. Refrendaron un compromiso asumido hace siglos: "Defenderemos con nuestra vida a la Madre Tierra".
Lo dicen estos pueblos que se rehúsan a morir, a "adaptarse" y dejar de ser lo que son, ver sus sitios sagrados convertidos en campos de golf, montañas de sky, minas o zonas residenciales. Estos pueblos que, a decir de un kichwa de Ecuador, proclamarán "con un solo corazón, un solo puño, una sola voz: ¡Aquí estamos los indios, carajo!"
FOTO: VICTOR CAMACHO
Ojarasca 126 octubre 2007
Enviado por: Martin Moya
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